Episode 1: English translation
Es el fin de semana de la Oktoberfest en La Crosse. La pequeña ciudad situada a lo largo del río Mississippi está que estalla de energía. La gente se ha abierto camino desde el desfile hasta los terrenos del festival, en el que no hace falta ser alemán para exhibir lederhosen de la mejor calidad, collares de pretzels y barriles de cerveza.
Entre las tandas de polka, suben al escenario algunas bandas locales, como Mr. Blink.
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Mr. Blink ha sido un componente principal del panorama musical de La Crosse por más de 30 años. Y durante gran parte de ese tiempo, Enrique Moré ha tocado percusión con el grupo, inyectando energía en las canciones con bongós y panderetas.
“Siempre toco con Mr. Blink”, dice Moré. “porque tocar música me gusta demasiado”.
Si usted ha ido a escuchar música en La Crosse en algún momento en los últimos 40 años, es probable que haya visto a Moré tocar. Además de tocar con Mr. Blink, el músico de 69 años ha aparecido como complemento de diferentes bandas, ha tocado en noches de micrófono abierto y se ha sumado a sesiones improvisadas.
Moré trabajó por muchos años en el centro de prensa del Gundersen Health System de La Crosse. Tiene raíces en la ciudad. Su círculo de amistades se extiende más allá del ambiente de la música.
Wisconsin es su hogar.
Pero no se sentía mucho como en casa cuando recién había llegado y no era más que uno de unos pocos cubanos que venían a establecerse en La Crosse después de llegar en 1980.
Moré se refiere a sí mismo como “una mosca en la leche”, una frase que en su caso se refiere a ser la única persona negra en un mar de gente blanca.
Vino a los Estados Unidos durante el éxodo de Mariel. El gobierno cubano abrió las fronteras por cinco meses en 1980. Durante ese período, casi 125,000 residentes dejaron la isla para venir a los Estados Unidos.
Moré fue uno de los casi 15,000 migrantes que vivieron temporalmente en Fort McCoy, en la pequeña ciudad de Sparta del oeste de Wisconsin.
Durante muchos años, cuando le preguntaban a Moré acerca de su experiencia — cómo había sido dejar su vida en Cuba; que lo enviaran a vivir a una base militar en un país completamente distinto; verse rodeado de extraños, solo alguno de los cuales hablaban su idioma; sin poder vivir solo— decía: “El pasado es pasado; no me gusta hablar del pasado”.
Pero ahora se está abriendo.
Moré creció en La Habana. Cuando era chico, quería tocar violín y flauta, pero la gente lo encaminó hacia la percusión; más específicamente, los timbales.
Tenía la música en la sangre. Moré dice que es pariente del famoso músico cubano Benny Moré.
Además de hacer música, jugaba al fútbol. Era buen alumno. Moré era el hijo mayor y tenía una relación muy cercana con su familia.
“Tenía una muy buena vida en Cuba”, dice Moré. “Mi madre era muy buena”.
Y entonces, en 1959, la revolución cubana tuvo lugar y Fidel Castrotomó el poder.
Moré tenía 6 años en ese momento. A medida que crecía, vio la forma en que la revolución afectaba casi todas las partes de su vida, y no siempre le gustaba lo que veía.
Moré había estado hablando en contra del gobierno comunista de Castro. Tenía ciertos motivos. Decía, por ejemplo, que el gobierno cubano había expropiado una casa que él había recibido como regalo. Y también hubo un incidente relacionado con cerveza.
En esa época, en Cuba, si uno compraba comidas o bebidas en un restaurante, tenía que usar raciones. A veces, era obligatorio pedir comida junto con la bebida. Moré estaba en un restaurante con sus amigos y solo quería beber cerveza. De modo que les cambió a otros clientes sus raciones de cerveza por las raciones de pescado de él. Al gerente del restaurante no le gustó la táctica. Moré y el gerente tuvieron una discusión que atrajo la atención de la policía.
Como consecuencia del disturbio por la cerveza —y por criticar a Castro— Moré terminó en la cárcel. Dice que lo encarcelaron por un año, seis meses y un día.
Y es en este punto donde las cosas podrían haberse tornado muy distintas para Moré.
Si la siguiente serie de sucesos no hubiera ocurrido, su vida habría sido probablemente muy diferente. Nunca habría terminado en Wisconsin, nunca habría establecido raíces en La Crosse y nunca habría tocado en un escenario con su banda Mr. Blink en Oktoberfest.
El asalto de la embajada peruana
Mientras Moré, de veintitantos años, estaba en la cárcel en 1980, un grupo de personas, a cientos de millas de distancia, penetró la embajada de Perú en La Habana y exigió asilo para poder salir de Cuba. Cerca de 10,000 personas acudieron finalmente a la embajada con el deseo de irse, incluido el hermano de Moré.
Como reacción a la penetración de la embajada, el presidente estadounidense Jimmy Carter accedió a recibir a 3,500 refugiados de entre los de la embajada peruana, un gesto que provocó la ira de Castro.
La decisión se tomó en el apogeo de la Guerra Fría, un período en que las tensiones eran intensas entre los Estados Unidos, y la Unión Soviética y sus aliados, que incluían Cuba.
Luego, el 20 de abril, Castro abrió las fronteras y dijo a la población de los EE. UU. que los cubanos americanos podían llevarse a sus parientes que siguieran en la isla. Eso marcó el inicio del éxodo de Mariel, un período en el que 125,000 exiliados cubanos abordaron botes con rumbo a Florida en octubre de 1980.
Después, Castro decidió abrir las cárceles y los hospitales psiquiátricos de la isla. Durante este éxodo de Mariel, también una cantidad de espías cubanos ingresaron en los EE. UU.
Moré se enteró del mensaje de bienvenida de Carter a los refugiados cubanos mientras estaba en la cárcel. Lo inspiró a irse.
Pero irse no era sencillo. A lo largo del viaje al puerto de Mariel, Moré se encontró con la reacción de sus compatriotas cubanos, que lo consideraban un traidor o una “escoria”, la palabra española para “scum.” Algunos arrojaban botellas y gritaban insultos.
Una vez que llegó al puerto, Moré subió al bote con otras 11 personas. El viaje a través del Estrecho de la Florida hasta Key West, Florida, fue traicionero.
“El estado del tiempo era muy, muy malo. Oh sí. Muy mal tiempo”, rememora Moré, recordando las tremendas olas. “Muchos no lo sobrevivieron. Porque si te caes, no tienes tiempo de levantarte”.
Moré dice que su bote arribó a Key West, Florida, a las 2:45 p. m. del 2 de junio de 1980.
Afortunadamente, todos los que estaban en su bote llegaron vivos a Florida. Pero no fue ese el caso para todos los cubanos que emprendieron la travesía. Algunos se cayeron al mar debido a las olas, o presuntamente porque algún enemigo los empujó, dice Moré.
Los detalles son un poco borrosos sobre lo que pasó a continuación. Al bajar del bote, Moré tuvo que navegar una situación un poco caótica en la que completó el proceso administrado por funcionarios gubernamentales estadounidenses y voluntarios.
Dice que el capitán del bote lo iba a ayudar a buscar un patrocinador. Moré se encontró con alguien que repartía manzanas y las usaba como ofrendas religiosas. Se sintió atraído. Pero en ese momento, se terminó separando del capitán y perdió la oportunidad de mudarse con un patrocinador y establecerse con una familia en Florida.
Dice que en cambio, más tarde ese mismo día, abordó un avión en medio de la noche para dirigirse a Fort McCoy. Llegó el 3 de junio y fue en uno de los casi 15,000 refugiados cubanos que terminaron en Fort McCoy.
De Cuba a Wisconsin
Usted podrá preguntarse por qué a un grupo de refugiados cubanos que se encuentran en el sur de Florida se los envía de pronto en avión a Wisconsin.
Para hacerlo simple: No había suficiente espacio para todos los refugiados en ciudades como Key West y Miami.
El gobierno de los EE. UU. tuvo que encontrar un lugar para colocar a la gente temporalmente hasta que encontraran hogares permanentes con familias y patrocinadores, dice Omar Granados, un profesor asociado de Español y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Wisconsin- La Crosse y copresentador de “Uprooted.”
Fort McCoy es una base de entrenamiento de la reserva del Ejército y de la Guardia Nacional que había sido preparada con muy poco aviso previo para la llegada de miles de refugiados cubanos por la Agencia Federal de Gestión de Emergencias. Era el último de cuatro campos que se había abierto para alojar a los refugiados de Mariel.
El campo de Fort McCoy se había preparado con más policía y alambrados que antes debido a los disturbios que se habían producido en otro centro de reasentamiento de refugiados, el de Fort Chaffee en Arkansas, dice Granados.
De acuerdo con un archivo de audio de NPR de 1980, los funcionarios de las agencias de socorro que estaban trabajando en Fort Chaffee habían dicho que el principal motivo de los disturbios causados por los refugiados cubanos colocados allí había sido aburrimiento. Los exiliados se sentaban ansiosos y esperaban con muy poco que hacer hasta que se los pudieran reubicar.
Cerca del 90 por ciento de los refugiados cubanos de Fort McCoy eran hombres. La mayor parte de esos exiliados tenían de 25 a 35 años, no tenían experiencia laboral y no hablaban inglés con fluidez, dice Granados.
Mientras vivía en Fort McCoy, Moré trabajó en el centro de visitantes y dice que verdaderamente disfrutó la comida de allí. Tocaba música y trataba de divertirse pasando el tiempo mientras vivía en las barracas.
Pero a veces daba miedo, dice, ya que había agresiones, robos y peleas. Moré prefiere no hablar con detalle del tiempo que pasó en Fort McCoy.
“Ni siquiera quiero acordarme”, dice. Su tono cambia y se pone solemne. “Era el Lejano Oeste. Sí, el Lejano Oeste”.
Cuánto más pronto encontrara un patrocinador —alguien que respaldara a un refugiado y lo ayudara a establecerse en una nueva comunidad— más pronto podría salir de allí.
A los 27 años, Moré encontró un patrocinador —alguien a quien todavía considera una figura materna— y dejó Fort McCoy para dirigirse a La Crosse después de tres meses.
A lo largo de las décadas, ha formado relaciones sólidas con gente de La Crosse. Ha encontrado una familia en el ambiente musical de la ciudad, en especial con los hermanos y hermanas de su elección en Mr. Blink.
Pero asentarse en el medio oeste fue difícil para Moré y muchos de los otros refugiados que vinieron a los EE. UU.
Si bien Carter aceptó inicialmente a los cubanos “con el corazón y los brazos abiertos“, las comunidades de La Crosse y Sparta, e incluso de Florida, no les dieron necesariamente la bienvenida.
Muchos de esos nuevos refugiados eran hombres negros jóvenes que habían sido rotulados como delincuentes por el gobierno cubano.
En su esfuerzo por construir la perfecta sociedad socialista, el gobierno cubano, en especial en la década de los 1970, era increíblemente estricto acerca de la conducta de los jóvenes y cualquier cosa que pudiera afectar su ideología, dice Granados. La policía cubana tenía la vista fija en la juventud del país.
Uno de los comportamientos vigilados por la policía era fumar marihuana, lo que había hecho que Armando Rodriguez se encontrara en problemas.
Rodriguez tenía apenas 16 años cuando llegó a Fort McCoy en 1980. Ha vivido en Madison durante muchos períodos desde entonces.
En La Habana, lo habían sentenciado a tres años y medio de detención juvenil por fumar un cigarrillo de marihuana.
“Estaba en una esquina fumando marihuana con algunos amigos y la policía vino y nos levantó. Y nos enviaron a una prisión juvenil”, dice. “No teníamos mucha marihuana; era solo un cigarrillo… Después de ese día, pasé muchos años sin fumar marihuana porque cada vez que fumo marihuana me acuerdo de la separación de mi familia. Hoy en día no fumo”.
Durante el éxodo de Mariel, Rodriguez estaba en detención juvenil. Los funcionarios cubanos le preguntaron si quería ir a los EE. UU. Al principio dijo que no.
Pero después le dijeron que su hermano se había ido a los EE. UU., así que decidió hacer el viaje.
Rodriguez permaneció por cinco meses en la base militar de Fort McCoy, muy lejos de La Habana, el único mundo que conocía. Empezó a buscar a su hermano, Guillermo Rodriguez. Quería verlo, con la esperanza de sentir algún tipo de conexión con su hogar.
Pero su hermano no estaba en Fort McCoy. Era otro Guillermo Rodriguez.
“Me dijeron que mi hermano se había ido a los Estados Unidos. Así que pensé, ‘Bueno, ¡yo también me voy!’ Y luego, cuando llegué aquí, me dieron el nombre de mi hermano, pero mi padre tiene el mismo nombre. Y me di cuenta de que era mi padre el que había venido, no mi hermano. Mi hermano se quedó en Cuba, y todavía sigue en Cuba”, explica Rodriguez.
Rodriguez desarraigó su vida, principalmente porque creyó que su hermano se había ido a los EE. UU.
A pesar de no haberse hablado durante años, una vez que padre e hijo se reconectaron en Fort McCoy, adoptaron una rutina diaria. Salían de sus distintas barracas y se encontraban en la cerca de alambre de púas a conversar. Esas altas cercas de alambre de púas mantenían a los niños separados de los adultos que también vivían en la base militar de Sparta. Los funcionarios gubernamentales querían proteger a los niños, pero Rodriguez dice que se sentía como en la cárcel.
Los dos hombres no volvieron a encontrarse después de salir de Fort McCoy. Al padre de Rodriguez, Guillermo Hernandez Rodriguez, lo enviaron a Nueva Jersey a vivir con un patrocinador y a la larga falleció.
Más allá de los encuentros con su padre, Rodriguez no comparte muchos datos acerca de su vida en Fort McCoy. Pero otros menores han escrito descripciones de sus experiencias en la base militar, que para algunos incluyeron agresión sexual, puñaladas y robo.
‘I found my father’
En la Satori Arts Gallery de La Crosse, Rodriguez revisa una pila de papeles.
Ya no es un joven de 16 años intentando sobrevivir en Fort McCoy. Tiene cincuenta y pico de años y trabaja en Madison.
Los documentos son una lista de todos los refugiados cubanos que vinieron a través de Fort McCoy. Y le parecen increíbles.
En el medio de la búsqueda, Rodriguez dice, “Encontré a mi padre”.
Con la mayoría de los cubanos que dejaron la base, pasó lo mismo que con Guillermo Rodriguez: se fueron de Wisconsin una vez que se conectaron con familiares o encontraron patrocinadores.
Pero algunos, como Armando Rodriguez o Moré, se quedaron en el sur de Wisconsin en lugares como La Crosse, Sparta o Madison. Hay cientos de refugiados cubanos en Wisconsin que han hecho una vida como conductores, padres y músicos. La mayoría tiene sesenta y pico de años. Algunos están desocupados y no tienen seguro de salud.
Dicen que lo único que quieren es volver a Cuba. Pero no pueden: debido a errores de documentación y antecedentes delictivos.
“Nunca he podido visitar Cuba. Quisiera ir a Cuba”, dice Rodriguez. “Pero no me lo permiten; si voy, no podría volver. Estoy en la misma situación que todos los que han cometido algún delito”.
En el próximo episodio de “Uprooted” (Desarraigados): La forma en que la revolución cubana de 1959 llevó a que miles de cubanos vinieran a los EE. UU. y a Wisconsin en 1980 como parte del éxodo de Mariel. También exploraremos cómo era la infancia en Cuba para dos amigos que ahora viven juntos en La Crosse.
Nota del editor: Alyssa Allemand de WPR contribuyó a este reportaje.
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