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La forma en que la revoluciĆ³n cubana dio lugar a que finalmente 15,000 refugiados terminaran en Wisconsin

La juventud perdida en una revoluciĆ³n

Ernesto Rodriguez
Ernesto Rodriguez en La Crosse, Wisconsin en abril de 2021. Angela Major/WPR

Episode 2: English translation

Son los aƱos 1950. El presidente de Cuba es Fulgencio Batista, conocido como “el Hombre”.  

A principios de la dĆ©cada de 1950, Batista tomĆ³ pleno control del paĆ­s mediante un golpe de estado. Tuvo el apoyo de los Estados Unidos y la inversiĆ³n extranjera lo favoreciĆ³. Un enorme porcentaje de los campos de caƱa de azĆŗcar, minas y servicios pĆŗblicos de Cuba eran propiedad de empresas estadounidenses. Con el tiempo, Batista invirtiĆ³ en infraestructura pĆŗblica y negocios de juego de apuestas. 

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Pero habĆ­a tambiĆ©n corrupciĆ³n y malversaciĆ³n de fondos. Y la brecha entre los ciudadanos ricos y pobres estaba creciendo.

Si bien la gente de las ciudades vivĆ­a en general con cierta comodidad, sus compatriotas de las zonas rurales se morĆ­an de hambre. La policĆ­a secreta de Batista torturaba y mataba a sus oponentes polĆ­ticos.

Para fines de 1958, Batista estaba perdiendo la batalla contra rebeldes conocidos como el Movimiento 26 de julio. TambiĆ©n estaba perdiendo apoyo popular en Cuba y el respaldo del gobierno de los EE. UU. 

Entonces, temprano en la maƱana del 1 de enero de 1959, Batista se subiĆ³ a un aviĆ³n con sus aliados y ayudantes ā€”y millones de dĆ³laresā€” y huyĆ³ del paĆ­s. 

Ricardo Gonzalez, age 12
Ricardo Gonzalez, age 12. Photo courtesy Ricardo Gonzalez

DespuĆ©s de aƱos de tener el control en Cuba, el Hombre se habĆ­a marchado. 

Ricardo Gonzalez tiene una historia acerca de ese dƭa. Tenƭa 12 aƱos.

Gonzalez creciĆ³ en CamagĆ¼ey, Cuba. Es residente de Madison desde hace muchos aƱos que alguna vez formĆ³ parte del Consejo ComĆŗn de la ciudad.

En 1959, era monaguillo en una capilla cerca de su casa

“El 1 de enero es un dĆ­a santo de precepto para la Iglesia CatĆ³lica, lo que significa que hay que oĆ­r misa entera. De modo que yo tenĆ­a que ir a la capilla a preparar la misa de ese dĆ­a”, dice Gonzalez. “Al salir de mi casa, me topĆ© con el sereno, que era como un guardiĆ”n nocturno del vecindario, y que justo estaba parado frente a nuestra casa.

Cuando salĆ­, me dijo, ‘CayĆ³ Batista’. E inmediatamente supe de quĆ© se trataba, aunque no supiera mucho sobre las noticias ni nada por el estilo”.

Gonzalez corriĆ³ a la capilla y empezĆ³ a tocar las campana sin parar, tanto que la cuerda se rompiĆ³. Dice que todo el vecindario se despertĆ³ con la noticia y comenzĆ³ a hablar de lo que habĆ­a ocurrido.

“Y despuĆ©s de eso”, dice Gonzalez, “puse en mi bicicleta una bandera cubana y una bandera del Movimiento 26 de julio que habĆ­a hecho yo mismo. RecorrĆ­ el vecindario celebrando el triunfo de la revoluciĆ³n”.

El lĆ­der de esa revoluciĆ³n ā€”y del gobierno que siguiĆ³ā€” era el joven Fidel Castro: el hombre que pasarĆ­a a convertirse en comandante, primer ministro y presidente de Cuba. 

Castro y su revoluciĆ³n estaban en todos lados. Y cambiarĆ­an la vida de todos.

Castro prometiĆ³ una utopĆ­a revolucionaria. Pero Omar Granados, un profesor asociado de EspaƱol y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Wisconsin- La Crosse y copresentador de “Uprooted“, dice que llegar allĆ­ significaba sacrificio.

Algunos, incluidos muchos cubanos acaudalados, temieron el cambio al comunismo y dejaron el paĆ­s casi de inmediato (como la familia de Gonzalez, que vino a los EE. UU. en 1960). 

DĆ©cadas mĆ”s tarde, los cambios producidos por la revoluciĆ³n llevaron tambiĆ©n a que casi 15,000 refugiados cubanos vinieran a Wisconsin como parte del Ć©xodo de Mariel de 1980. 

El Ć©xodo de Mariel fue la primera manifestaciĆ³n pĆŗblica importante contra el gobierno revolucionario de Castro, dice Granados.

El Ć©xodo de Mariel significĆ³, de algĆŗn modo, el principio del fin de la utopĆ­a revolucionaria de Castro, dice Granados.

El cambio al comunismo en Cuba despuĆ©s de la revoluciĆ³n brindĆ³ a la larga atenciĆ³n mĆ©dica y educaciĆ³n gratuitas, y viviendas subsidiadas para sus ciudadanos. El gobierno comenzĆ³ tambiĆ©n a regular y operar negocios, redistribuir tierras y controlar los medios.

Los ciudadanos habƭan estado viviendo como capitalistas por dƩcadas. De pronto, dice Granados, hubo un cambio traumƔtico en cada aspecto de la vida.

La infancia en la Cuba comunista 

Una persona joven a quien la revoluciĆ³n afectĆ³ fue Ernesto Rodriguez, que ahora vive en La Crosse. 

Cuando Rodriguez tenĆ­a 10 aƱos y vivĆ­a en la provincia de CamagĆ¼ey, Ć©l y sus amigos faltaban a la escuela. Le gustaban mĆ”s historia y geografĆ­a, asĆ­ que cuando llegaba la hora de la clase de matemĆ”tica, salĆ­a de la escuela y se iba al rĆ­o con sus amigos Rodriguez y sus amigos corrĆ­an carreras haciendo la vertical. Y apostaban dinero. 

“El que llegaba al rĆ­o primero, se llevaba todo el dinero”, dice Rodriguez. “GanĆ© como tres veces. La primera vez, ganĆ© como $7. La Ćŗltima vez, ganĆ© $12 porque todos los chicos querĆ­an hacerlo. Y te puedes ganar a la chica”.

Era solo un niƱo en ese momento, obteniendo la atenciĆ³n de las niƱas y ganando bastante dinero corriendo carreras haciendo la vertical en la Cuba revolucionaria. Pero ya sea que el Rodriguez de 10 aƱos lo supiera o no, la revoluciĆ³n estaba teniendo un gran impacto en su vida.

Ernesto Rodriguez poses flexing his arm muscles
Ernesto Rodriguez. Angela Major/WPR

Lillian Guerra es profesora de Historia Cubana y del Caribe en la Universidad de Florida. Es escritora y ha escrito extensamente acerca de Cuba, Puerto Rico y LatinoamƩrica. Ha vivido en Cuba y obtenido un doctorado en historia en UW-Madison.

Dice que la revoluciĆ³n se filtraba en cada aspecto de la vida.

“El resultado es que tenĆ­as una especie de florecimiento, muy intenso, del estado en tu vida, y en cada rincĆ³n y recoveco de tu identidad, en especial si eras una persona joven. De modo que el estado comenzaba a ser parte de tu vida de una manera que era inevitable”, dice Guerra. “En los aƱos 60, se esperaba que mostraras cada vez mĆ”s que eras un patriota.

Se suponĆ­a que fueras miembro del ComitĆ© de Defensa de la RevoluciĆ³n. Se suponĆ­a que hicieras turnos como guardia de noche o de dĆ­a. Se suponĆ­a que dieras sangre. Se suponĆ­a que hicieras trabajo voluntario a travĆ©s de tu lugar de estudio o trabajo. Se suponĆ­a que fueras miembro de diversas organizaciones que tuvieran eco en tu identidad”.

Las expectativas y objetivos continuaban evolucionando, lo que era aparente para los jĆ³venes que estaban estudiando. TenĆ­an que renunciar a sus propios sueƱos por el proyecto comĆŗn. Y en los aƱos 1970, la presiĆ³n aumentĆ³. 

“Y al llegar 1973, de pronto la meta del sistema educativo se convierte en desarrollar una personalidad comunista en cada niƱo con un contenido preciso y especĆ­fico”, explica Guerra. “AsĆ­ que eso significaba no solo que hubiera una intensificaciĆ³n y vigilancia de las ideas en los lugares de estudio, sino que las escuelas tambiĆ©n te separaban, te alejaban de tus padres deliberadamente para que no tuvieras una mentalidad burguesa ni ningĆŗn legado de esa forma de pensar que pudiera contaminar tu compromiso ideolĆ³gico con la revoluciĆ³n y el comunismo”.

Granados dice que la revoluciĆ³n se promocionaba como algo transformacional, pero era limitante.

“No podĆ­as aprender sobre mĆŗsica, sobre el movimiento hippie, sobre el movimiento de derechos civiles, sobre los Beatles”, dice. “Porque esas cosas entraban en conflicto con la revoluciĆ³n”.

Y para fines de los aƱos 1970, vino una generaciĆ³n que se habĆ­a hartado de ese control.

“TenĆ­an tambiĆ©n muy poca elecciĆ³n sobre lo que iban a hacer, cĆ³mo se iban a vestir, quĆ© tipo de mĆŗsica iban a escuchar, con quiĆ©nes podĆ­an pasar tiempo, a quiĆ©nes podĆ­an amar, y todo eso estaba constantemente reenfatizado y vigilado”, dice.

La raza en Cuba

Fuera de las aulas, se estaban estableciendo otros cambios causados por la revoluciĆ³n, tal como un cambio en la dinĆ”mica racial. 

Guerra dice que a principios de la revoluciĆ³n, el gobierno de Castro tomĆ³ medidas que muy pĆŗblicamente pusieron el tono en los asuntos raciales: EliminĆ³ la segregaciĆ³n en las playas y las hizo pĆŗblicas en 1959.  

“Eso significĆ³ que personas blancas racistas que nunca habĆ­an tenido que mezclarse con personas negras ahora lo estaban haciendo. Y algunas personas realmente se dieron cuenta, en especial los jĆ³venes, que ese era el marcador, el sello distintivo del cambio”, dice Guerra.

AdemĆ”s de hacerlo en las playas, el gobierno eliminĆ³ la segregaciĆ³n en lugares como instituciones educativas, clubes nĆ”uticos y negocios. En consecuencia, la raza se convirtiĆ³ en un factor clave de la forma en que los cubanos percibĆ­an la calidad del cambio.

El paĆ­s se estaba ocupando del asunto racial, observa Granados, pero a la gente no se le permitĆ­a realmente hablar de ello abiertamente. Dice que esas eran las polĆ­ticas “indiferentes al color” de la revoluciĆ³n cubana: dar por sentado que todo el mundo era igual. Y esas polĆ­ticas fueron parte del motivo de que muchos cubanos de raza negra se sintieran desilusionados.  

“Destruyeron todos los clubes sociales negros y sociedades negras que habĆ­an sido la cĆŗspide del empoderamiento de las personas negras por mĆ”s de un siglo. Eliminaron todo eso porque… el gobierno debĆ­a controlar a la sociedad civil y ser el propietario, realmente, de todas las organizaciones que esta comprendĆ­a”, dice Guerra. “AsĆ­ que para 1961, cuando Fidel Castro oficialmente adopta el socialismo y el comunismo, y el comunismo se eleva para convertirse en el Partido Comunista y en un factor esencial del estado, cuando todo eso ocurre, de repente la raza y hablar de la raza se convierten en tabĆŗ”.

En febrero de 1962, Castro dio un discurso de seis horas que se denominĆ³ “La segunda declaraciĆ³n de La Habana“, en el que declarĆ³ que la revoluciĆ³n habĆ­a vencido al racismo. 

Fidel Castro
Fidel Castro acusa a las naciones capitalistas de fomentar la guerra despuƩs de recibir el premio Lenin de la Paz en el Chaplin Theater el 21 de marzo de 1962 en La Habana, Cuba. Fotografƭa de AP

Pero algunos cubanos negros no estaban de acuerdo.

“Cuando uno pregunta, ‘ĀæPor quĆ© en los aƱos 1970 los jĆ³venes negros se querĆ­an ir de Cuba a toda costa?’ Una de las principales respuestas es que, entre 1962 y 1980, los jĆ³venes negros ā€”incluidos miembros del partido comunista, juventudes revolucionarias, cineastas, personas que se identificaban con la revoluciĆ³nā€” querĆ­an hablar de que la clase social no es lo Ćŗnico que impulsaba al racismo”, dice Guerra. “QuerĆ­an hablar de todo eso, y era tabĆŗ, y se metĆ­an en problemas”.

Por esos motivos, explica Guerra, algunos lĆ­deres de esa sociedad revolucionaria negra fueron censurados, a algunos se los sometiĆ³ a electrochoque en el Asilo Nacional de Demencia y a algunos los enviaron a campos de trabajo forzado.

Influencia de La escuela al campo y los militare

La revoluciĆ³n consideraba a la juventud como el eje de la fuerza productiva. Eso implicaba que la gente tenĆ­a que renunciar a su individualidad para producir para la revoluciĆ³n y contribuir a una sociedad comunista, dice Granados. 

“TenĆ­as que ser parte de una fuerza de trabajo focalizada en desarrollar el paĆ­s”, dice. “En ese momento, en los aƱos 1970, la revoluciĆ³n era todavĆ­a joven y con poca experiencia”.

HabĆ­a una cantidad de programas que se implementaban en la vida de los jĆ³venes, incluido un compromiso polĆ­tico con la revoluciĆ³n, y participaciĆ³n en La escuela al campo.

Ya para 1966, La escuela al campo se habƭa convertido en parte principal de la polƭtica educativa cubana y se esperaba que todos los alumnos urbanos de los primeros aƱos de secundaria pasaran tiempo en zonas rurales.

Era principalmente para educar a la juventud en el amor por Cuba y el valor del trabajo. Y mĆ”s especĆ­ficamente, para enseƱarles cĆ³mo eliminar las diferencias y disparidades entre las comunidades urbanas y rurales a fin de establecer mĆ”s vĆ­nculos entre la vida escolar y la vida laboral: para instruir a una generaciĆ³n de niƱos que con el tiempo trabajarĆ­a para el proyecto revolucionario, explica Granados.

En La escuela al campo, los adolescentes tenĆ­an que cosechar tabaco, frutas y verduras. Granados dice que los jĆ³venes vivĆ­an en instalaciones de producciĆ³n agropecuaria durante 45 dĆ­as. Estaban separados de su familia. DescubrĆ­an tambiĆ©n su sexualidad y el consumo de alcohol.

“No tenĆ­an ni idea de cĆ³mo usar un machete ni de quĆ© era mejor para un cultivo u otro, de modo que era claramente malo para la producciĆ³n”, dice Granados.

Pero el gobierno cubano veĆ­a tambiĆ©n La escuela al campo como una experiencia educativa que mostrarĆ­a a los jĆ³venes cubanos la importancia del trabajo, la comunidad y el compromiso social. 

Otra experiencia que hizo un impacto en la vida de los adolescentes cubanos ā€”la hizo entonces y la hace ahoraā€” fue el servicio militar obligatorio. Los varones tenĆ­an que dar servicio al gobierno de algĆŗn modo, incluido tiempo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas.

Cuban school children crowd around the entrance to their school in Santiago, Cuba, April 5, 1977
NiƱos escolares cubanos se apiƱan alrededor de la entrada de su escuela en Santiago, Cuba, el 5 de abril de 1977. El rĆ©gimen de Castro se enorgullece de haber convertido barracas militares en escuelas, y en esta escuela estuvieron una vez las famosas barracas de Moncada, el lugar del primer levantamiento abortado de Castro en 1953. La explosiĆ³n de la educaciĆ³n, en especial la proliferaciĆ³n de las escuelas y la erradicaciĆ³n del analfabetismo, es uno de los logros mĆ”s visibles del rĆ©gimen. Carlos Escudero/fotografĆ­a de AP

“La preparaciĆ³n militar es algo que haces desde que eres un niƱo. Tomas las armas; podrĆ”n estar cargadas, pero aprendes cĆ³mo usarlas”, dice Guerra.

“El Ministerio de las Fuerzas Armadas (Revolucionarias) tenĆ­a un programa especial en el que miembros de las bases militares locales estaban concretamente incorporados en las escuelas. Se los llamaba ‘padrinos’ en esas escuelas”, continĆŗa Guerra. “De modo que los niƱos, a partir de la Ć©poca en que estaban en primero, segundo o tercer grado, tenĆ­an contacto directo con miembros de las fuerzas armadas y no cuestionaban el servicio militar”.

Servir en las Fuerzas Armadas cubanas en los aƱos 1970 era una gran cosa. La amenaza de que los Estados Unidos invadieran Cuba era mucho mĆ”s real en esos aƱos de lo que es hoy en dĆ­a. Y las necesidades econĆ³micas del paĆ­s en los aƱos 70 eran mucho mĆ”s exigentes, o sea que los militares se convirtieron en una fuerza de trabajo. 

Rodosvaldo Pozo sirviĆ³ en el EjĆ©rcito Revolucionario Cubano.

Actualmente vive con Rodriguez en La Crosse. No solo comparten una vivienda; son prĆ”cticamente hermanos. Los dos crecieron en la provincia cubana de CamagĆ¼ey, pero no se conocieron hasta tarde en su adolescencia.

“Pero yo era un poco malicioso, sabes”, dice Pozo. “Como dice Lady Gaga: ya nacĆ­ asĆ­”.

A pesar de su malicia, Pozo era un alumno inteligente. Viene de una familia grande de Florida, Cuba: 11 hermanos y hermanas. Su padre era director de una banda y su madre era ama de casa.

Los padres de Pozo, Isabel y RenƩ, se divorciaron cuando Ʃl era un adolescente.

“Si bien mi mamĆ” se volviĆ³ a casar, todos se llevaban bien con los demĆ”s”, dice Pozo. ” Su respeto y amor mutuo. ĀæSabes?… esa es una cosa que mi familia me enseƱo: Amor y amabilidad”.

Una vez que Pozo llegĆ³ a la adolescencia, se incorporĆ³ al EjĆ©rcito Cubano. Pero no estaba muy entusiasmado con ser militar, ni admiraba al liderazgo comunista del paĆ­s. 

Rodosvaldo Pozo
Rodosvaldo Pozo. Angela Major/WPR

Cuando Pozo era un adolescente en los aƱos 70, un oficial lo acusĆ³ de sabotear un campo de caƱa de azĆŗcar con una bomba molotov. Como parte de su servicio militar, ese era un cultivo que se suponĆ­a que Ć©l protegiera.

Lo sentenciaron a 26 aƱos de cƔrcel por ese motivo. La mayor parte del tiempo lo pasaba en rƩgimen de aislamiento.

“Cuando vine aquĆ­ a Wisconsin, estaba en la cĆ”rcel por discrepar con el gobierno. Estaba en el ejĆ©rcito y estaba haciendo un montĆ³n de cosas… me acusaron de cometer sabotaje contra el gobierno”, dice Pozo.

Pozo no quiso decir si lo habĆ­a hecho o no: “Bueno, no me gusta el gobierno cubano. AsĆ­ que invoco la quinta enmienda”.

Quemar campos de caƱa de azĆŗcar en Cuba conllevaba una sentencia severa porque el gobierno cubano intercambiaba azĆŗcar con el gobierno sobiĆ©tico por, bueno, todo, dice Granados. 

Rodriguez tambiĆ©n tenĆ­a que cortar caƱa de azĆŗcar por 10 horas al dĆ­a en los aƱos 70 como parte de su servicio militar durante la adolescencia. DespuĆ©s tenĆ­a cuatro horas de clases y las luces se apagaban a las 10 p. m. en punto. Si te sorprendĆ­an hablando, te amonestaban.

A cane cutter swings a machete as he harvests sugar cane in Cuba's fields
Un cortador de caƱa sacude un machete para cosechar caƱa de azĆŗcar en los campos de Cuba en septiembre de 1968. Henri Huet/fotografĆ­a de AP

Pero Rodriguez terminĆ³ sancionado por otra cosa, algo que el ejĆ©rcito considerĆ³ mucho peor que hablar con los amigos despuĆ©s de que se apagaran las luces.

Cuando tenĆ­a 18 aƱos y estaba en CamagĆ¼ey, su padre falleciĆ³ en el otro extremo de la isla, en La Habana. Rodriguez no pudo ir al funeral.

“No me dieron un pase para ir a ver a mi padre hasta que ya estaba enterrado”, dice Rodriguez. “Como tres o cuatro dĆ­as despuĆ©s, fui a La Habana. Cuando lleguĆ© allĆ­, me mostraron dĆ³nde estaba enterrado mi padre”.

Una vez que Rodiguez llegĆ³ a La Habana, solo tenĆ­a cinco dĆ­as libres para el duelo. DespuĆ©s de eso tenĆ­a que volver a su unidad militar. Pero el gobierno no le habĆ­a dado suficiente dinero para cubrir el viaje de vuelta. Solo tenĆ­a dinero para tomar un autobĆŗs para parte del trayecto.

Si no llegaba a tiempo, lo sancionarĆ­an. Por no decir que tenĆ­a muchĆ­sima hambre. 

“Y cuando me bajo, o sea, no tenĆ­a dinero ni nada”, dice. “Empiezo a caminar y veo una bicicleta. Miro para todos lados y no veo a nadie. Y pienso, “bueno, puedo tomar la bicicleta e ir adonde necesito ir, y luego enviar la bicicleta de vuelta, o puedo dejar la bicicleta ahĆ­”.

Pero justo antes de que saliera de la ciudad en la bicicleta, Rodriguez vio sirenas.

La Policƭa lo detuvo. Lo enviaron a la cƔrcel Kilo 7.

“DespuĆ©s de 11 meses estaba allĆ­”, dice Rodriguez “Le dije a la gente… ‘Miren, yo solo robo; no mato a nadie. Solo robĆ© la bicicleta porque querĆ­a llegar a mi unidad y no meterme en problemas’. Y me metĆ­ en problemas”.

Rodriguez dice que un juez lo dejĆ³ salir despuĆ©s de 11 meses. Dice que el tiempo que pasĆ³ en prisiĆ³n fue de temer porque estaba rodeado de mucha “gente mala” y asesinos.

Pozo tambiĆ©n estaba en Kilo 7 en ese momento, cumpliendo su sentencia por el presunto incidente de la caƱa de azĆŗcar. Fue allĆ­ donde esos dos amigos se encontraron por primera vez. 

Sus castigos podrƔn parecer severos, pero estaban alineados con los deseos del gobierno cubano de construir una sociedad libre de delitos, dice Granados.

ā€‹ā€‹ā€‹ā€‹ā€‹ā€‹Rodosvaldo Pozo and Ernesto Rodriguez
Rodosvaldo Pozo, a la izquierda, y Ernesto Rodriguez, a la derecha, en el campus de la Universidad de Wisconsin-La Crosse el 30 de septiembre de 2020. Maureen McCollum/WPR

‘AlienaciĆ³n y agotamiento’

Guerra dice que la actitud hacia la delincuencia afectaba desproporcionadamente a los cubanos negros.

“En ese panorama de peligro social, se ponĆ­a mĆ”s la mira en la gente negra que en la blanca, porque hay una antigua creencia en Cuba de que la gente negra delinque naturalmente”, dice. “y asĆ­, a… finales de los aƱos 60 y durante los 70, habĆ­a campos de trabajo y escuelas que estaban preparadas para manejar a quienes el gobierno cubano llamaba “predelincuentes”, que resultaron ser un 80% negros. Eran chicos de corta edad ā€” 12, 13, 14 ā€” con un alto porcentaje de ausentismo en la escuela”.

Guerra dice que muchas de las familias a quienes esto estaba dirigido vivĆ­an en comunidades marginales y no siempre querĆ­an que el estado les estuviera diciendo lo que podĆ­an o no podĆ­an hacer.

“Si podĆ­an o no podĆ­an vender algo”, dice Guerra. “Si podĆ­an o no producir queso o jamĆ³n en su casa. Si podĆ­an o no adorar al santo que querĆ­an adorar. 

Y la intrusiĆ³n del estado en la vida de los habitantes de esas barriadas, o antiguos habitantes de esas barriadas, la mayorĆ­a de los cuales eran negros, da vuelta las cosas”, explica Guerra. “Y entonces la cultura misma y el contexto mismo son tales que crean una dinĆ”mica de factores de presiĆ³n y alienaciĆ³n y agotamiento de todo esto para cuando llega 1980”.
La alienaciĆ³n y el agotamiento eran reales para personas como Rodriguez y Pozo. 

A pesar de todas las promesas del gobierno, las personas quedaban tratando de sobrevivir y de mantener a su familia. Encontrar alimentos. Obtener dinero. Algunos habĆ­an visto a familiares irse a los EE. UU. y querĆ­an reunirse con ellos. La gente querĆ­a viajar y ver el mundo, pero no podĆ­a salir del paĆ­s. 

Algunos cubanos estaban cansados de la expectativa de que la sociedad sirviera a la revoluciĆ³n. Estaban empezando a darse cuenta de que la revoluciĆ³n no era para ellos, y querĆ­an irse.

En el prĆ³ximo episodio de “Uprooted” (Desarraigados): Se acumulan presiones y los cubanos encuentran una salida a travĆ©s de las paredes de una embajada en abril de 1980. Eso da lugar a que Ernesto Rodriguez y Rodosvaldo Pozo finalmente salgan de la cĆ”rcel y se dirijan al puerto de Mariel.  

Nota del editor: Alyssa Allemand de WPR contribuyĆ³ a este reportaje.

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