Episode 3: English translation
Rodosvaldo Pozo era apenas un adolescente cuando lo mandaron a la cárcel en Camagüey, Cuba, después de que lo acusaran de incendiar campos de caña de azúcar. En el último episodio de “Uprooted,” no quiso decir si en realidad lo había hecho.
Un día en el que Pozo estaba solo en su celda, alguien se le acercó con una pregunta.
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“Yo estaba caminando de un lado al otro, y el sargento entró en la celda y me dijo, ‘oiga, Sr. Pozo, ¿quisiera irse a los Estados Unidos?’” Dice Pozo. “Y yo le contesté, ‘Vamos, hombre, no me tome el pelo’. Pero él me dijo, ‘¿sí o no?’”
Pozo solo tuvo momentos para decidir si quería dejar la cárcel en Cuba e irse a los EE. UU.
“Le dije, ‘Bueno, si es en serio, sí.’ Y él me dijo, ‘Póngase la ropa’. Y fui afuera y había un autobús”, dice Pozo. “Y me dijeron, ‘vaya’. Así que subí y me dije, ‘Pues mira. De verdad lo están haciendo’. Y de allí me llevaron a Mariel”.
Cuando dejó él la celda de Camagüey y se subió a un misterioso autobús a los 22 años, se estaban gestando cambios a cientos de millas al oeste en el puerto de Mariel, Cuba.
En 1980, el presidente Fidel Castro abrió las puertas del país y permitió que miles de ciudadanos se fueran de Cuba todos los días: desde el puerto de Mariel a los EE. UU.
Después de la revolución, salir de Cuba era difícil. Es una isla, y los viajes eran un privilegio que se reservaba para las élites: funcionarios gubernamentales, atletas y músicos.
Así que cuando Castro les dio a sus ciudadanos la oportunidad de irse, la aprovecharon. Había un sector cada vez más grande de la población que no estaba satisfecho con el estado de las cosas en su país, y hacían intentos desesperados de salir ellos o sacar a otros.
Entre abril y octubre de 1980, 125,000 cubanos dejaron su patria para dirigirse a los EE. UU. y 15,000 de esos cubanos terminaron en Wisconsin, incluido Pozo, que tenía la perspectiva de pasar décadas en la cárcel.
Creciente descontento
Desde un principio, la revolución cubana había prometido al pueblo una vida mejor: atención de la salud y educación gratuitas, y viviendas subsidiadas para todos, y fue capaz de lograr algunos de esos objetivos.
Michael Bustamante es profesor asociado de historia y titular de la cátedra Emilio Bacardí Moreau de Estudios cubanos y cubanoamericanos en la Universidad de Miami, y es autor del libro “Cuban Memory Wars Retrospective Politics in Revolution and Exile” (Guerras de la memoria cubana: política retrospectiva en la revolución y el exilio).
Dice Bustamante que a lo largo de las décadas de 1970 y 1980, el socialismo dio resultados para la mayoría de los cubanos.
“Los cubanos que habían sido educados durante el sistema socialista en los años 1960 y durante los 1970 empezaron a ver los frutos de su labor. La gente de color, de zonas rurales recibió capacitación laboral y ascendió en la escala social”, dice Bustamante. “Hay una cantidad razonable de datos que respaldan esa noción”.
“Pero eso no significa que no hubiera frustración”, añade.
Incluso con el gobierno proporcionando nuevas oportunidades, y alimentos y vivienda gratuitos o subsidiados, muchos seguían de todos modos no satisfechos del todo. Las opciones de consumo de la población eran limitadas. Los bienes se racionaban y a veces había escasez. Algunas personas recurrían al mercado negro o a pequeños hurtos para obtener lo que necesitaban.
El mercado negro de Cuba comprendía en ese momento artículos de uso diario, tales como papel higiénico, arroz y cuadernos para que los niños usaran en la escuela, dice Omar Granados, profesor asociado de Español y estudios latinoamericanos de la Universidad de Wisconsin- La Crosse, y copresentador de “Uprooted.”
“Si trabajabas en un hospital, podías robar aspirinas de tu lugar de trabajo y venderlas en el mercado negro. Y para el gobierno cubano, eso es robarle al estado y perjudicar a la revolución”, dice.
Cualquier tipo de delito económico que se desviara del éxito económico del socialismo era peligroso para el estado y sus proyectos, añade Granados. En esa época, los delitos económicos se consideraban más graves que algunos delitos violentos tales como la violencia doméstica.
Con la economía de Cuba dependiendo del estado en un 100 por ciento, robar bienes del estado era equivalente a robarle a la revolución.
Eso es lo que hizo que Ernesto Rodriguez, que ahora vive en La Crosse, se metiera en problemas. Pasó 11 meses en la cárcel por tomar una bicicleta ajena después del funeral de su padre, y terminó volviendo a la cárcel por cinco años más por robar alimentos de una tienda operada por el estado y venderlos en el mercado negro.
“Si querías sobrevivir en Cuba, tenías que robar o tenías que hacer negocios en el mercado negro”, dice Rodriguez. “Sí, estaba robando, y nunca robo de la casa de un amigo. Le robo al gobierno, porque son los que tienen todo.
En 1969, Castro anunció la ofensiva revolucionaria, que en parte eliminaba y criminalizaba los intercambios económicos no aprobados por el gobierno. Lillian Guerra, escritora y profesora de Historia cubana y del caribe en la Universidad de Florida, dice que el cambio fue importante.
“Así que eso implicaba que ya no podías pintarle las uñas a alguien en tu casa ni tener lo que solía ser tu propio saloncito de manicura, porque los salones de manicura se habían nacionalizado. Pintarle a alguien las uñas en tu casa y cobrarle por hacerlo pasó a ser un delito de peso considerable”, explica Guerra. “Incluso intercambiar un servicio por otro pasó a ser un acto delictivo, porque si vas a construir comunismo, el gobierno tiene que controlar todas las formas de intercambio económico”.
“Cualquier cosa que inhiba el control por parte del gobierno de los intercambios económicos — ya sea comercio o el intercambio de un bien por otro—, cualquier cosa que lo haga, limita la capacidad del estado de avanzar hacia esa perfecta utopía comunista en la que todo debe ser totalmente igualitario”, continúa.
Una forma en que el estado controlaba la cultura y la economía era teniendo ojos en el terreno.
“Por todos lados en la isla, se perseguía y enjuiciaba a la gente”, dice Guerra. “Eso significa que sus vecinos los estaban denunciando a los Comités de defensa de la revolución o a la policía local por hacer cosas que habían estado haciendo por generaciones”.
La gente de Cuba se veía sometida a presión para realizar trabajo forzado y trabajo voluntario para la revolución, dice Granados, como construir un nuevo hospital o cosechar patatas. Cualquiera que iniciara una empresa que no fuera de propiedad del gobierno cubano era considerado un enemigo del sistema, dice Guerra. Y si alguien cometía un delito, ese trabajo se tornaba más extenuante.
“Agarraban a hombres — en gran parte hombres — haciendo algo ilegal, aunque fuera tan mínimo como vender cigarrillos (vendiendo raciones que la gente no usaba). Había raciones de cigarrillos. Si no fumas, ¿qué ibas a hacer con los cigarrillos? Cometías ese delito económico. Así que entonces tenías que ir a romperte la espalda por el estado, por un salario mínimo, porque no eras un revolucionario. Y eso profundizaba aún más la distancia y la alienación de la gente con el estado”, explica Guerra.
Y luego la gente simplemente dejó de ir a trabajar, según Granados.
A principio de los años 1970, se promulgó una nueva ley, dice Guerra, que era esencialmente en contra de la pereza. Se aplicaba a personas que se negaban a aceptar la economía cubana de propiedad del gobierno.
Gente como Pozo, que decía que no quería cortar caña de azúcar para los comunistas.
La sovietización de la economía y la cultura de Cuba
Durante la década de 1970, Cuba se fue tornando más dependiente de la Unión Soviética en cuanto a alimentos, artículos de primera necesidad y electrodomésticos, por no mencionar los miles de millones de dólares en asistencia que se dedicaron a servicios sociales, según Granados. Esto era en el medio del bloqueo comercial de los EE. UU.
Muchos negocios operados por el estado del gobierno revolucionario se habían diseñado sobre la base del modelo de la Unión Soviética y el bloque oriental socialista, dice Granados, incluida la forma en que funcionaba la economía y las estrictas reglas de censura.
También había una sovietización de la cultura, dice Granados. Creció en Cuba, y dice que recuerda “de niño, jugar ajedrez, mirar dibujos animados rusos, e ir al ballet a ver bailarinas rusas, algo que ni remotamente iría a ver ahora como adulto”.
Guerra explica por qué el gobierno cubano quería limitar el tipo de cultura o entretenimiento al que tenían acceso sus residents.
“No podías, como ciudadano, ser económica, ideológica o culturalmente independiente del estado. Si lo eras, te convertías en una amenaza para el estado. La lógica era que el estado tenía que controlar la prensa y la economía. Y por lo tanto debía controlar la cultura. Debía promover ciertos tipos de música. Debía promover ciertos tipos de baile. Otras cosas no promovidas por el estado no se permitían y representaban una amenaza”, dice.
Pero a pesar de la limitación de la cultura, la música y los libros por parte del gobierno, muchos cubanos siguieron conectados a la cultura occidental y estadounidense, dice Granados. Mucha gente en Cuba, por ejemplo, seguía encontrando formas de escuchar la música de los Beatles, a pesar de que la música de la banda había estado proscrita en las radios cubanas, según Associated Press.
Granados dice que la primera vez que los escuchó fue en la década de 1990.
“Y recuerdo que fui a una gran celebración que había en una plaza pública en La Habana para descubrir una estatua de John Lennon. Ni siquiera sabía tanto sobre John Lennon en ese momento; había ido al evento a ver a mi cantante favorito, Silvio Rodriguez, que iba a tocar una canción de John Lennon, y resultó que el mismo Fidel Castro era quien iba a descubrir la estatua. Todo esto fue en el año 2000”, recuerda.
Este es un ejemplo de la conexión con la cultura occidental y estadounidense que los cubanos siempre han tenido. Y no era solo con la música, sino también con la literatura y los bienes materiales.
Esas limitaciones impuestas por el gobierno estaban entre las razones por las que muchos cubanos querían irse de la isla.
Migraciones: Del exilio de oro a Mariel
Era difícil salir de Cuba después de la revolución, pero hubo momentos en los que se le permitió a la gente emigrar del país. Comenzó con el exilio de oro.
El exilio de oro fue la primera ola de emigración masiva después de la revolución cubana, y duró de 1959 a 1962. Se trataba principalmente de cubanos blancos de clase alta o media alta que había apoyado al expresidente Fulgencio Batista, o de personas que habían decidido rápidamente que no querían formar parte de una Cuba revolucionaria.
En 1965, tuvo lugar el éxodo de Camarioca. Castro dijo que los cubanos con parientes en los EE. UU. podían dejar la isla. Casi 3,000 personas tomaron botes y se mudaron a los EE. UU. Castro vio esa situación como una forma de deshacerse de aquellos que no creían en la revolución.
Los vuelos de la libertad tuvieron lugar de 1965 a 1973. Durante ese período, los cubanos tuvieron la oportunidad de emigrar a los EE. UU. subiéndose a vuelos que iban de La Habana a Miami, Florida. Una vez que llegaban a los EE. UU., estaban en condiciones de trabajar y recibir una tarjeta de residencia permanente después de un año mediante la Ley de ajuste cubano de 1966.
Las visitas de la comunidad
Bustamante, de la Universidad de Miami, dice que en 1979 se dio a los cubanoamericanos la oportunidad de visitar su país de origen mediante las visitas de la comunidad.
Por primera vez en años, los cubanos que habían emigrado después de la revolución —y hecho una nueva vida y acumulado riqueza en lugares como Miami y Nueva Jersey, donde está el segundo asentamiento de mayor tamaño de cubanoamericanos en los EE. UU.— estaban ansiosos de visitar sus hogares y familias, dice Granados.
Bustamante dice que llamar a esos viajes “visitas de la comunidad” representaba un gran cambio de percepción.
“Era una suerte de nuevo eufemismo para referirse a quienes habían dejado el país. Antes de finales de la década de 1970, se había denominado a esa gente en Cuba con términos considerablemente más insultantes: gusanos, apátridas, literalmente, personas sin patria”, dice Bustamante. “La decisión de irse de la isla en los años 60 y principios de los 70 se había considerado una traición a la nación en opinión de los revolucionarios cubanos. De modo que ese repentino cambio de vocabulario, llamar a esa gente ‘la comunidad’ y sin señalar tampoco que eran exiliados — que es lo que la mayoría de ellos mismos se consideraban— parece significativo”.
Bustamante, un experto en las visitas de la comunidad, dice que hasta ese momento, los cubanoamericanos que se habían ido después de la revolución, no tenían forma de volver a casa. Así que estas visitas eran una gran cosa.
“En un período de un año, 100,000 exiliados cubanos —cubanoamericanos — volvieron a su país de origen, que muchos de ellos no habían visto en prácticamente 20 años. Eran personas que volvían a ver un país que habían abandonado. Volvían a reconectarse con familia con la que quizás habían podido mantenerse en contacto. O quizás no. Era ciertamente un choque de culturas y un choque de dos mundos diferentes”.
Y los visitantes cubanoamericanos traían un montón de cosas: obsequios tales como electrodomésticos y ropa. Bustamante dice que les abrió los ojos a los cubanos que recibieron los obsequios, ya que contradecía una imagen de cómo era la vida de las personas de clase trabajadora que vivían en una sociedad occidental capitalista.
“Hay entrevistas de esa época a algunos de lo refugiados de Mariel de cuándo se les preguntó: ‘¿Por qué viniste?’ Algunos señalan ese hecho: ‘Mi opinión sobre mi país cambió cuando mi tía vino de visita y me compró cosas y me contó todas esas historias sobre la vida en los Estados Unidos’, dice Bustamante.
Granados dio algunos ejemplo de las ‘cosas’ que vio cuando era chico en Cuba: “Si ibas a la escuela, por ejemplo, o estabas jugando con tus amigos y alguien tenía un Walkman o un juego de video, era increíble, sabes, y pensabas que esas personas tenían familia en los Estados Unidos o eran hijos de algún músico o atleta famoso que podía viajar; quizás un diplomático”.
Pero la gente no soñaba con irse de Cuba solo por esas cosas. Algunos ya habían estado cautivados por la idea del sueño estadounidense por décadas, dice Granados.
Además, Bustamante dice que los cubanos veían gente que iba y venía libremente durante las visitas de la comunidad de 1979, y que eso los había marcado.
“Los cubanos habían crecido oyendo que los que se habían ido eran enemigos de la revolución”, dice Bustamante. “Y entonces, de repente, vuelven 100,000 personas que te habían dicho — en tu lugar de estudio o de trabajo, o en los medios — que eran enemigos de la revolución. Y vuelven y se les da la bienvenida, en cierta medida, y traen todas esas cosas. Y luego pueden subirse a un avión y volver a irse. Creo que probablemente sacudió el sistema para los cubanos”.
Las visitas de la comunidad fueron solo uno de los muchos sucesos que dieron lugar al éxodo de Mariel en 1980.
Había una gran cantidad de cubanos que ya estaban insatisfechos con el estado de su vida y de su país. Habían visto a gente que ahora vivía en un mundo muy diferente al de ellos, y no podían borrar esa imagen.
Y luego, en abril de 1980, la situación estalló.
Una cronología interactiva de Amanda Moreno. Cuban Heritage Collection, University of Miami Libraries, Coral Gables, Florida
Asalto a la embajada peruana
El 8 de marzo de1980, Fidel Castro dio un discurso en el que mencionaba el éxodo de Camarioca de 1965.
Ese éxodo fue un catalizador para los vuelos de la libertad, y Castro dijo en el discurso que ese tipo de movimientos eran necesarios para que podamos “deshacernos de los no revolucionarios; la gente que no va a cambiar de opinión; la gente que duda; los antisocialistas; los antisociales; los que son inmunes al… adoctrinamiento político”, dice Guerra.
Napoleon Vilaboa, un espía cubano que vivía en Florida, es supuestamente quien le dio a Castro la idea de orquestar otro éxodo en 1980. El “padre de la flotilla de la libertad” incluso se destacaba en las radios de Miami, alentando a la gente a ir a buscar a sus familiares. De acuerdo con Mirta Ojito, autora de “Finding Manana: A Memoir of a Cuban Exodus” (Encontrar el mañana: memorias de un éxodo cubano) el gobierno de Cuba pensó inicialmente que solo 22,000 cubanos se irían a los EE. UU. Al final, se fueron casi 125,000.
“No creo que la alta élite política tuviera ni idea del grado de descontento que había: la ira, la indignación — lo que yo creo que fue una de las causas principales —, el agotamiento político de los jóvenes y la frustración por no tener dónde expresarlo”, dice Guerra.
Y entonces el 1 de abril de 1980, menos de un mes después de que Castro diera ese discurso, seis personas forzaron el portón de la embajada peruana en La Habana chocándolo con un autobús. Fue uno de los muchos asaltos de embajadas que se produjeron ese año en Cuba. Esa gente buscaba el asilo del gobierno peruano porque pensaba que era el único camino para salir de Cuba.
Después del asalto, los guardias cubanos abrieron fuego y uno de los guardias murió en consecuencia.
El 4 de abril, el gobierno peruano otorgó asilo a seis cubanos.
Al día siguiente, Castro retiró la protección militar de la embajada.
“Fidel, como represalia por la muerte del guardia y la negativa del gobierno peruano a devolver a esa gente, retira los guardias cubanos”, dice Guerra. “Literalmente minutos después, de acuerdo con el embajador Ernesto Pinto Bazurco, un hombre cubano negro entra por el portón. (Pinto Bazurco) estaba anonadado porque uno de los pilares, de los supuestos pilares del apoyo revolucionario, eran las personas negras”.
En las 24 horas siguientes, más de 10,000 personas entraron por el portón de la embajada peruana. Se amontonaron rápidamente en una zona que era del tamaño aproximado de una cancha de fútbol.
El gobierno cubano tenía que actuar de inmediato. El asalto a la embajada se estaba tornando rápidamente en una crisis humanitaria, ya que la gente no traía alimentos ni comida.
Otros países latinoamericanos comenzaron a intervenir, diciendo que aceptarían algunos refugiados.
El 14 de abril, el gobierno del presidente estadounidense Jimmy Carter anunció que los EE. UU. aceptaría a 3,500 de los solicitantes de asilo de la embajada peruana como parte de la Refugee Act of 1980 (Ley de refugiados de 1980). Por esa época, había cierto optimismo en el gobierno de Carter de que la relación entre los EE. UU. y Cuba podría mejorar.
El 20 de abril, Castro abrió las fronteras de su país y les dijo a los exiliados cubanos de los EE. UU. que podían pasar a buscar a sus parientes por el puerto de Mariel.
El éxodo de Mariel
En el puerto de Mariel surgió una flotilla muy rápidamente. Llegaron cientos de botes a las costas de Mariel a levantar gente. Miles de personas por día empezaron a irse de Cuba.
Para octubre de 1980, un total de124,776 cubanos habían emigrado de Cuba a los EE. UU.
Lo que había empezado como una forma de expresar oposición al gobierno del país se convirtió en un éxodo masivo.
Pero aun así, el gobierno cubano usó ese momento para deshacerse de algunas personas que consideraba alborotadores, incluso personas que estaban en la cárcel o en hospitales psiquiátricos.
Ernesto Rodriguez y Rodosvaldo Pozo estaban ambos en prisión cuando el éxodo empezó.
Pozo estaba en la cárcel Kilo 7 en ese momento por supuestamente haber quemado campos de caña de azúcar. Repentinamente, se le ofreció la opción de irse de Cuba a los Estados unidos. Le dijo a su familia que se iba.
“Bueno, ya sabes; uno siempre piensa en la familia, en especial cuando vives con tu madre,” dice Pozo. “En Cuba, habría tenido que cumplir una condena de 26 años por algo de lo que me acusaban; no me vieron hacerlo, ¿sabes? Mi madre vino a verme en mayo. Y me dijo, “Oí un rumor de que había gente que se iba a los Estados Unidos. ¿Tú te vas?’ Le dije que no, pero mi hermano estaba con ella. Mi madre fue al baño y le dije a mi hermano, ‘Hombre, me tengo que ir. No tengo opción’. Y luego se lo dije a mi madre”.
A Pozo no le pareció que tuviera opción. Se tenía que ir. De lo contrario, se encontraría estancado en la cárcel durante un gobierno comunista con el que no estaba de acuerdo.
Rodriguez estaba en la cárcel, por segunda vez, por robar alimentos de una tienda operada por el estado para venderlos en el mercado negro.
“Estaba en la cárcel cuando me enteré de que había 200 botes en Mariel”, dice Rodriguez. “Oí que Castro estaba abriendo las fronteras porque Jimmy Carter había dicho, ‘Pueden enviar a esa gente; la familia puede venir’”.
Rodriguez no tenía familiares en los EE. UU.
“Pero Fidel dijo, ‘Muy bien, ¿quieren a todos? Muy bien’. Envió un montón de gente de la cárcel —gente demente, asesinos— a los Estados Unidos”, dice.
Cuando los funcionarios de la prisión preguntaron a Rodriguez si él quería irse de Cuba a los EE. UU:, tuvo que tomar la decisión en un segundo.
“Voy, porque no quiero estar (en la cárcel) por 40 años”, dice Rodriguez.
Dice que entonces lo enviaron a otra celda por dos días y luego lo transfirieron a una pequeña habitación en la que durmió en el suelo por dos semanas mientras esperaba poder subir a un bote.
Después de decidirse a irse de Cuba —Dejar a sus familias y amigos; el único hogar que conocían— llegó la hora de que los exiliados se dirigieran al puerto de Mariel.
Pero dice Rodriguez que en el viaje en autobús al puerto, no recibió una despedida afectuosa de sus compatriotas.
“Antes de que entráramos a La Habana, la gente arrojaba piedras y huevos, y gritaba ‘¡Lárgate! Si no te gusta el gobierno, ¡lárgate de aquí! ¡No te queremos aquí!” Recuerda Rodriguez.
Al igual que lo había hecho en el pasado, la máquina de propaganda de Castro estaba denigrando a quienes querían irse por Mariel, llamándolos escoria o escoria indeseables.
Lillian Guerra dice que los Comités de defensa de la revolución tuvieron una reunión de 100,000 personas de la que surgieron demostraciones tipo turba que podían durar hasta dos semanas.
“Rodeaban tu casa y escribían en el frente de tu casa con pintura en aerosol suministrada por el gobierno. Escribían ‘traidor’. Escribían ‘gusano’. Escribían que eras homosexual, antisocial, comunardo, y arrojaban huevos encima”, dice.
“Cantaban por horas. A veces cortaban el agua y la electricidad. Te aterrorizaban y seguían haciéndolo hasta que en efecto te dejaran salir. De modo que la profundidad de los traumas asociados con el éxodo de Mariel se remontan a hace mucho”, dice Guerra.
Para los cubanos que decidieron irse, esa fue la despedida del único hogar que habían conocido.
Una vez que los exiliados llegaban al puerto de Mariel, gente como Rodriguez y Pozo veían cientos de botes esperando para cruzar el estrecho de Florida y llevarlos a los EE. UU.
“Pasé allí una noche”, recuerda Rodriguez. “A la mañana siguiente, cerca de las 8 de la mañana, me pusieron en una fila y me dijeron, ‘¿Ves ese bote ahí? Sube a ese”.
No tenían ni idea de lo que les esperaba.
En el próximo episodio de “Uprooted” (Desarraigados), los cubanos experimentan una travesía bastante traicionera. A la larga llegan a Florida, donde su bienvenida a los EE. UU. no es mucho mejor que su despedida de Cuba.
Nota del editor: Alyssa Allemand de WPR contribuyó a este reportaje.
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