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Los refugiados cubanos se reconcilian con encuentros racistas, pasados delictivos y el camino hacia adelante

Delitos y adversidad

Osvaldo Durruthy
Osvaldo Durruthy at his home in Madison, Wisconsin, on April 19, 2021. Angela Major/WPR

Episode 7: English translation

Nota del editor: Este episodio contiene menciones de violencia y vocabulario que podría ser inapropiado.

En 1982, hacía dos años que Osvaldo Durruthy y miles de otros refugiados cubanos habían arribado a los Estados Unidos después del éxodo de Mariel.

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Dos años desde que Durruthy había hecho un angustioso viaje para cruzar el estrecho de Florida. Dos años desde que lo habían despachado a los apurones a Wisconsin, como uno más de los casi 15,000 cubanos enviados a vivir en las barracas militares de Fort McCoy. Dos años desde que se había sumado a una banda en el campo para bailar y tocar los bongós.

En 1982, le parecía a Durruthy que todo eso había quedado atrás. Se acababa de instalar en Madison y tenía novia.

“Compartíamos un apartamento” dice Durruthy. “Íbamos a la discoteca, ya sabes, nos divertíamos, comprábamos cosas, cantábamos, bailábamos”.

Una de sus discotecas favoritas era un club nocturno denominado Merlyn’s que quedaba en State Street. Una noche, estaban con un grupo de amigos, sentados en una mesa reservada, bebiendo algunos tragos. De repente, entró el ex novio de la novia de Durruthy. Estaba furioso de que ella ahora saliera con Durruthy y fue a la mesa a confrontarlos.

Durruthy le dijo que sería mejor que hablara con ella al día siguiente. pero el ex novio volvió a los 10 minutos. Había estado amenazando la vida de la novia de Durruthy por dos semanas y parecía que en ese momento iba a cumplir sus amenazas.

El ex novio se acercó a la novia de Durruthy. En respuesta, Durruthy agarró de la mesa un cenicero de vidrio grande y pesado.

Agarré el cenicero y lo golpée en la cara. ¡Pum! Y él se cae. Y miro en derredor y me siento a mi mesa como si no hubiera pasado nada”, recuerda.

La gente advirtió a Durruthy que tuviera cuidado. El ex novio se había levantado y tenía un revólver.

Me estaba apuntando con un revólver“, dice Durruthy. “Me dijo ‘ Los voy a matar a los dos; a ti y a ella’. Y yo le dije, ‘Baja el arma. No hagas eso. No quieres matar a nadie’. Y yo… agarré una silla. Y me acerqué a él con la silla. Me empezó a gritar. Y el primer disparo… atravesó la silla y me pegó aquí”.

Durruthy señala el lado izquierdo de su rostro, donde recibió un tiro en la mandíbula. Luego señala su antebrazo. El agresor también le pegó tiros a Durruthy en la pierna y en el pecho.

Pero a pesar de que le hubiera pegado cuatro tiros, Durruthy luchó con el hombre y lo tiró al piso, y otro grupo de cubanos se sumaron a su defensa.

“Le dieron una buena golpiza y le quitaron el revólver y lo pusieron en mis manos. Yo estaba arriba y me dijeron, ‘¡Mátalo!’ … E intenté tirar del gatillo, pero no había más balas”, dice Durruthy. “Así que me caí encima de él y luego nos llevaron a los dos al hospital en una ambulancia. Le dieron una tremenda golpiza”.

Osvaldo Durruthy cooks in his home
•    Osvaldo Durruthy prepara la comida en su casa en Madison, Wisconsin, el 19 de abril de 2021. Angela Major/WPR

Todos los refugiados de Mariel han pasado por momentos difíciles. Algunos han tomado malas decisiones. Todos han sufrido discriminación. Y todos ellos intentaron ir hacia adelante mientras su pasado continuaba atormentándolos.

Pero no todos han pasado por lo que le tocó a Durruthy.

Las propias decisiones de Durruthy lo llevaron a una larga estadía en la prisión, e incluso a un encuentro con el asesino en serie Jeffrey Dahmer.

‘Hemos destruido nuestro pasado’

Hoy en día, el apartamento de dos dormitorios de Durruthy en Madison es prolijo y limpio. Las paredes están cubiertas con diplomas enmarcados y certificados de trabajo, así como fotografías de familiares de Cuba.

Durruthy hace un descanso en su preparación de congrí, un plato tradicional cubano, para hojear esas fotos de su madre, nietos y hermana.

A plate of congri, a traditional Cuban dish
Osvaldo Durruthy prepara la comida en su casa en Madison, Wisconsin, el 19 de abril de 2021. Angela Major/WPR

No ha visto a su hermana en persona desde que salió de Cuba en 1980. Desea más que nada volver allí a visitarla, pero en términos legales, no puede. Sus antecedentes delictivos lo impiden.

“Hemos destruido nuestro pasado. No hay nada, nada bueno en nuestro pasado”, dice.

La mayoría de los cubanos que fueron enviados a Fort McCoy, en Sparta, encontraron patrocinadores y salieron. Durruthy no.

Cuando Fort McCoy se cerró para los refugiados a fines de 1980, él y cerca de otros 3,200 refugiados de Mariel todavía estaban intentando encontrar patrocinadores. Los enviaron a vivir a Fort Chaffee en Arkansas.

Durruthy no habla mucho del tiempo que pasó allí, con excepción de que al final lo patrocinaron como parte de un grupo de músicos y bailarines. Dice que los funcionarios de Fort Chaffee le dijeron al grupo que el patrocinador era un millonario cubano, José Quintana, de Nashville, Tennessee.

José M. Quintana
José M. Quintana, copropietario de un restaurante español en Nashville y millonario que patrocinó a Osvaldo Durruthy y a otros refugiados cubanos de Fort Chaffee en Arkansas. Cuban Heritage Collection, University of Miami Libraries, Coral Gables, Florida

La policía no llevó a la cárcel a ninguno de los refugiados cubanos, dice Durruthy.

Para la mañana, Durruthy y sus colegas músicos ya estaban de vuelta en la ruta y consiguieron llegar a Nashville, su nuevo hogar.

Quintana les proporcionó un lugar donde vivir y los puso a trabajar de inmediato. Durruthy fue entonces albañil y ayudó a construir el Opryland Resort.

Durruthy dice que se ganó su salario y ahorró dinero por meses, y luego decidió mudarse a Madison. Durruthy se había enamorado de Madison cuando estaba en la banda en Fort McCoy. Viajaban por los alrededores tocando para la gente, y dice que uno de los conciertos fue en el Capitolio, en la cima de State Street.

“Es lo que me gusta de Madison: la gente… No sé por qué, pero son diferentes”, dice.

Dejó Nashville a los 21 años con un pequeño grupo de sus compañeros cubanos y se mudó a vivir con un amigo en Madison en 1981.

Volver al ambiente social fue la parte fácil. Durruthy podía salir e ir a clubes nocturnos, bailar y conocer a montones de mujeres.

Pero ganar dinero era más difícil. El apoyo que estaba recibiendo del gobierno no era suficiente.

“Cuando vinimos aquí, nos daban un cheque por $200 al mes y $80 en cupones de alimentos”, dice Durruthy.

Como muchos refugiados cubanos, no hablaba inglés muy bien. Cuando hablaban en español en público, sufrían discriminación de parte de la gente de la ciudad, que pensaba que todos los cubanos eran peligrosos.

“Era difícil para nosotros, ¿sabes?; en especial comunicarnos, porque… cada vez que hablábamos, la gente se reía. ‘Ah, sal de aquí, fuera de aquí’”, dice Durruthy.

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