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Los refugiados de Mariel encuentran su camino en el Medio Oeste

Covertirse en un habitante de Wisconsin

Marcos Calderón
Marcos Calderón in La Crosse, Wisconsin, in April 2021. Angela Major/WPR

Episode 6: English translation

Una tarde cálida y soleada de abril de 2021, a lo largo del lago de Brittingham Park en Madison, hay gente reunida bajo un refugio decorado con globos y banderas cubanas.

Las mesas están llenas hasta el borde con frijoles negros y arroz, plátanos y carne de cerdo desmenuzada. Familiares y amigos están sentados muy cerca en círculos, hablando unos con otros.

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Los músicos sacan guitarras y congas y empiezan a tocar mientras que otros salen a la pista de baile. Armando Rodriguez, Rodosvaldo Pozo, Osvaldo Durruthy y Ernesto Rodriguez estaban todos allí.

Celebraban la vida de Jesus Cisneros-Hernandez, ávido jugador de ajedrez y muy querido hombre de familia. Se había mudado a los Estados Unidos desde Cuba con su padre en 1981, un año después del éxodo de Mariel. A la larga se estableció en Madison.

Cubanos de todas partes de Wisconsin viajaron al parque para recordar a Jesus, que tenía 71 años cuando murió de cáncer de próstata, y brindar apoyo a su esposa, hijos y nietos.

Este grupo se compone de una generación multirracial más joven de habitantes de Wisconsin que acepta con entusiasmo su herencia cubana. Toman fotografías de las personas mayores cubanas y de las gigantescas banderas cubanas.

Había también personas que no eran cubanas: personas nativas de Wisconsin cuya vida había sido marcada por la experiencia del éxodo cubano al estado, como Brian Brandstetter, que es de Sparta.

Brandstetter conoció a Erne Rodriguez, a quien llaman Erne, en una cocina de Fort McCoy, donde muchos cubanos vivieron en el verano y el otoño de 1980 después de llegar a los EE. UU. como parte del éxodo de Mariel.

Los refugiados de Mariel no podían salir de Fort McCoy sin que un familia o un patrocinador los avalara, porque estaban clasificados según una nueva designación inmigratoria: el Programa de entrada cubano y haitiano. Cerca de 15,000 personas de Fort McCoy necesitaban encontrar familiares o patrocinadores.

Los patrocinadores proporcionaban a los refugiados alimentación, alojamiento y ropa. También ayudaban a los refugiados a navegar por el sistema estadounidense, con cosas como llenar documentos para solicitar tarjetas de residencia y permisos de trabajo.

El viaje de Erne a los EE. UU. no había sido fácil. A la larga, sin embargo, encontró una familia que no solo lo patrocinó, sino que le brindó cariño e interés en su bienestar. Y lo ayudó a empezar una nueva vida en Wisconsin.

Ernesto Rodriguez, Brain Bredstetter and Rodosvaldo Pozo
Ernesto Rodriguez, Brian Bredstetter y Rodosvaldo Pozo en Brittingham Park en Madison en abril de 2021. Maureen McCollum/WPR

Erne y los Brandstetter

Después de irse de McCoy, Erne se mudó a la casa de los Brandstetter, quienes lo patrocinaron.

“Erne es mi hermano de otra madre”, dice Brian Brandstetter.

Erne añadió: “Somos buenos amigos. Somos buenos hermanos porque lo quiero como si fuera mi propio hermano”.

“He sido tu hermano por más tiempo que el que no lo fui”, respondió Brian.

Annette y Roger Brandstetter, los padres de Brian, se convirtieron en patrocinadores de Erne en 1980, cuando él tenía 24 años.

Brian, que tenía 20 años en 1980, dice que compartía la ropa con Erne, y que Annette y Roger le compraban a Erne lo que necesitaba: en la familia, se querían unos a otros.

“Ella era la mejor madre posible … Yo nunca había tenido una madre”, dice Erne.

Todos los años para el cumpleaños de Erne, Annette lo llamaba para decirle que viniera a buscar sus regalos: dinero y una torta de piña invertida. Si bien Erne no aceptaba los regalos, Annette los seguía ofreciendo, incluso para navidad.

“Tengo suerte, muchísima suerte”, añade, “porque me dieron todo. No necesitaba nada. Me dieron todo”.

Brian trabajaba como cocinero en Fort McCoy durante el verano de 1980. Estaba estudiando administración de restaurantes de hoteles en la University of Wisconsin-Stout. Dice que trabajar en las barracas e interactuar con miles de cubanos fue un choque cultural para él.

“Nosotros (el personal de Fort McCoy) estábamos allí antes de que llegaran los cubanos, así que tuvimos una semana para prepararnos y familiarizarnos con las cosas”, dice Brian. “Era raro porque… Soy de la pequeña Sparta en Wisconsin. Y veía a toda esa gente que hablaba otro idioma. Estábamos todos un poco asustados”.

“Y luego el grupo de cerebros de Fort McCoy pensó, ‘Bueno, les damos hamburguesas y perros calientes y listo’. Y la reacción de ellos fue algo como, ‘¿Qué es esta porquería?’” Continúa Brian.

Algunos de los cocineros, como Brian, empezaron a preguntar qué tipo de comida preferían los refugiados cubanos. Y aprendieron a preparar platos como congrí, fricasé de pollo y puré de patatas.

Fue durante ese tiempo que pasaron juntos en las cocinas de Fort McCoy cuando Erne y Brian, y Joe, el hermano de Brian, establecieron vínculos profundos.

Más adelante, los hermanos alentaron a sus padres a patrocinar a refugiados cubanos de Fort McCoy.

A black and white photograph of Roger and Annette Brandstetter
Roger y Annette Brandstetter. Fotografía tomada por el fotógrafo del La Crosee Tribune Steve Noffke. La fotografía se publicó el 2 de junio de 1985 como parte de “The Cuban Odyssey” (La odisea cubana) del La Crosse Tribune. Fotografía cortesía de las Murphy Library Special Collections/ARC, University of Wisconsin-La Crosse

“Era como que, ‘los teníamos que sacar de allí. Son gente demasiado buena. Los van a mandar a Fort Chaffee. Van a terminar en el sistema. Algunos de ellos podrían hasta tener que volver a la cárcel”, explica Brian. “Así que mis padres, que tienen un gran corazón, abrieron la puerta. Y mi padre tenía una perspectiva muy optimista. Estaba con que, ‘Les vamos a enseñar inglés. Los vamos a llevar a la iglesia. Les conseguiremos trabajo”.

En realidad, Erne ya había tenido otro patrocinador antes de los Brandstetter. Él y uno de sus amigos se habían mudado a la casa de una pareja en Sparta y habían vivido allí por un mes.

Pero dice Erne que la novia del patrocinador no quería que hubiera cubanos negros viviendo en la casa de ellos. Así que se fueron, sin lugar al que ir más que de vuelta a Fort McCoy.

Erne y su amigo estaban caminando por Main Street en Sparta, de camino de vuelta del campo, cuando vieron a Annette pasar en automóvil. Erne le contó acerca del conflicto con su patrocinador mientras ella estaba sentada en el asiento del conductor.

“Y ella dijo, ‘Ustedes no van a Fort McCoy… Suban al auto”, recuerda Erne.

Al final, los Brandstetters patrocinaron a cuatro refugiados cubanos oficialmente y dejaron que otro vivera con ellos, todos varones. Los muchachos ayudaban con las cosas de la casa y en el jardín. Y estaban felices con su nuevo hogar.

Roger and Annette Brandstetter with the four refugees they officially sponsored
Arriba, de izq. a der.: Jesus Hernandez, Roger Brandstetter, Annette Brandstetter y Ernesto Rodriguez. Abajo, de izq. a der.: Jorge Perez y Carlos Cruz. Fotografía cortesía de Brian Brandstetter

La historia de los Brandstetter y Erne es un perfecto ejemplo de solidaridad racial dentro y fuera de Fort McCoy, dice Omar Granados, profesor asociado de español y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Wisconsin- La Crosse y copresentador de “Uprooted“. A pesar de la imagen de los refugiados de Mariel en la prensa y las historias acerca del racismo en las comunidades dentro de Fort McCoy, había cubanos negros y estadounidenses blancos que se llevaban bien y compartían sus culturas.

Como las relaciones de los Brandstetter con las personas que patrocinaban eran fuertes, eso ayudó a que Erne y los demás se adaptaran a la nueva vida en Sparta.

Los refugiados que se quedaron con los Brandstetter pudieron obtener empleos. Roger los contrató para que trabajaran en su concesionario de automóviles, Sparta Motors. Fue una gran cosa, ya que no siempre era fácil para los cubanos encontrar trabajo debido a racismo y al estereotipo de que los refugiados de Mariel eran delincuentes.

También fue importante porque fue una de las primeras veces que los refugiados cubanos tuvieron dinero en el bolsillo, dice Granados. Los habían criado en el comunismo y ahora tenían que entender el capitalismo.. Obtener un empleo y aprender cómo usar el dinero les facilitó la transición a los EE. UU., añade.

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