Así cuida Bogotá a las personas que ayudan a otros

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En una mañana fría en Bogotá, una docena de mujeres y un hombre se reúnen en una sala espaciosa. Los grandes ventanales de un extremo de la habitación muestran un barrio situado en las laderas de la cordillera de los Andes.

Las personas presentes en la sala han venido a una clase de baile semanal. Durante una hora, bajo la guía de un instructor, se mueven en dos filas con pasos rítmicos y lentos, al compás de la “cumbia”, un género musical folclórico de Colombia.

Esta clase forma parte de los servicios gratuitos ofrecidos por un programa innovador llamado Manzanas del Cuidado, inaugurado en 2020 por el municipio. Estos servicios están disponibles para cualquier persona del barrio que se dedique al cuidado no remunerado de su familia.Cada Manzana, proporciona una variedad de servicios, que van desde bienestar hasta formación profesional, y está ubicada en las proximidades de las comunidades vecinas para facilitar el acceso a los residentes. El propósito del programa es aliviar las cargas, muchas veces pasadas por alto, de las cuidadoras familiares de Bogotá y ayudarlas a perseguir sus propios intereses, ya sea en educación o en la búsqueda de oportunidades laborales remuneradas.

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Las cuidadoras sonríen y charlan mientras bailan, y se ayudan unas a otras cuando alguna flaquea en medio de la coreografía. Algunas son vecinas y amigas, otras se han conocido a través de las actividades de esta Manzana, una de las 20 distribuidas por Bogotá.

Cuando termina la clase de baile, la mayoría de las participantes se quedan para una clase de cardio. Esta vez, sudan a mares, mientras mueven brazos y piernas al compás de los enérgicos ritmos que inundan la sala.

Ruth Infante, de 42 años, es madre soltera de tres hijos y lleva un año acudiendo a esta Manzana del Cuidado. Viste una camisa de colores vivos, vaqueros negros, tenis azules y gafas negras de montura grande. Infante se divierte visiblemente, sonríe y charla con las demás durante los descansos.

“Cuando mi hija [de 9 años] está en el colegio, aprovecho para dedicar tiempo para mí”, comenta Infante, recuperando el aliento al final de la clase.

Es su única oportunidad para ejercitarse y relacionarse con otras cuidadoras de la comunidad. En ocasiones, la acompaña su hija, quien puede participar en una clase de arte.

“Conoces a otras personas. Ellas te conocen a ti. Es divertido”.

Según Infante, antes de asistir a este programa, el estrés y las preocupaciones la abrumaban. “Siempre parece que tus problemas son más grandes de lo que realmente son cuando no sales de casa”, comenta. Hoy en día, gracias a estas actividades, “siento que mis niveles de estrés disminuyen automáticamente”, menciona.

Según Ingrid Carbajal, coordinadora de los servicios en esta Manzana, la clave está en ofrecer un espacio físico fuera del hogar donde las cuidadoras puedan relajarse. “Es crucial que tengan la oportunidad de retomar las actividades que solían hacer antes de asumir la responsabilidad de cuidar a otras personas”, comenta.

“Alrededor de 700 mujeres acuden a la Manzana del Cuidado de este barrio”, afirma, “y el número sigue en aumento”. Entre octubre de 2020 y diciembre de 2022, el programa ha ofrecido cursos educativos a más de 12 000 mujeres de toda la ciudad y ha ayudado a más de 500 a obtener su diploma de escuela secundaria. Los funcionarios afirman que, hasta el momento, el programa ha beneficiado a más de 400 000 cuidadoras familiares.

“Nuestro lema es que cuidamos de las personas que cuidan de otras”, apunta Carbajal. “Esto resulta fundamental para las mujeres que acuden aquí, ya que comienzan a sentirse valoradas. Reciben el reconocimiento que merecen por la labor que desempeñan”.

La ajetreada jornada laboral de una cuidadora

A nivel global, son las mujeres y las niñas las que generalmente realizan la mayor parte de las tareas de cuidado. Se estima que llevan a cabo el 75 % de las labores de cuidado no remuneradas.

En Bogotá, se estima que el 90 % de las mujeres son responsables de las tareas de cuidado en el hogar. Además, alrededor de 1,2 millones de mujeres desempeñan este trabajo, a menudo inadvertido, de forma no remunerada y a tiempo completo.

La participante Ruth Infante dice que ha sido cuidadora familiar a tiempo completo durante casi una década.Ella y sus tres hijos viven en una casa de dos pisos, pequeña y hecha de hormigón, junto a sus padres, su hermana y su sobrina en el concurrido barrio de San Cristóbal, en Bogotá.

Su jornada laboral comienza a las 5 de la mañana y no termina hasta la hora de dormir.

“Entre las 5 y las 6 de la mañana, mi hogar es un caos total”, dice. “Tengo una voz muy alta y siempre estoy gritándole a mis hijos para que [se den prisa]”.

A las 6 de la mañana, ya ha partido junto a Brigitte, su hija pequeña de 9 años, rumbo al colegio, el cual queda a unos 30 minutos a pie. Al regresar a casa, debe cuidar de sus padres, ambos con problemas crónicos de salud.

“Mis padres tienen citas médicas”, explica Infante, “así que, después de dejar a mis hijos, debo volver por ellos”.

A Infante no le molesta ser la cuidadora de la familia, sin embargo, su trabajo es incesante, estresante, y le impide tener un empleo remunerado. Su familia se sustenta principalmente con la pensión de su padre.

“No tengo ingresos”, dice, “y eso me causa cierto estrés”.

Casi no ha podido cuidar de sí misma después de que su hermano se suicidara hace cinco años.

“Mi madre estaba devastada”, dice. “Mi padre estaba destrozado. Mis hijos también. Sin duda, fue un momento crítico en mi vida”.

Recuerda ir a un parque y llorar durante una hora. Después, tuvo que mantener la compostura por los demás miembros de la familia.

“La experiencia de Infante es una constante en todo el país”, afirma Katerine Lozano Ríos, responsable de diseñar la estrategia del programa Manzanas del Cuidado.

“Todas las mujeres que han sido parte de mi vida han sido cuidadoras”, afirma. Por ejemplo, su abuela, quien tuvo tres hijos, no pudo completar su educación secundaria debido a sus responsabilidades en el hogar. “Dependía económicamente [de su marido] y no pudo seguir una carrera profesional”.

“Pero su labor en el hogar no fue reconocida”, dice, “al igual que la labor de muchas de las cuidadoras colombianas”. En su familia, el trabajo de los hombres se consideraba más importante porque eran el sostén de la familia. “No se esperaba que los hombres contribuyeran en los cuidados del hogar y, por lo general, a ellos simplemente no les interesaba lo que las mujeres hacían durante el día”, comenta Ríos.

Las cargas invisibles en el hogar afectan mentalmente a las mujeres. Los estudios demuestran que las cuidadoras familiares experimentan estrés crónico y corren un mayor riesgo de padecer síntomas de ansiedad y depresión. Según Ríos, también terminan siendo “considerablemente más pobres que los hombres” debido a la imposibilidad de tener un empleo remunerado.

De acuerdo con un análisis reciente de Oxfam Internacional, si las mujeres recibieran el salario mínimo por este tipo de labor, contribuirían con 10,8 billones de dólares a la economía global. El Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia estima que, si a las cuidadoras no remuneradas del país se les otorgara un salario promedio por hora por su labor doméstica, los cuidados representarían el 20 % del PIB del país.

El reciente programa de la ciudad busca alterar esta estricta división del trabajo, mejorar el bienestar de las cuidadoras, a quienes está dirigido, y orientarlas hacia oportunidades de empleo remunerado.

Un mercado laboral en contra de las mujeres

“Muchas de las mujeres que acuden a nuestros servicios buscan terminar sus estudios primarios y secundarios”, explica Carbajal. A su vez, otras cuidadoras tienen como objetivo ampliar o abrir un pequeño negocio o encontrar un trabajo con un sueldo fijo.

Rita Salamanca, de 60 años, lleva casi dos años acudiendo al centro de su barrio. Vive en una pequeña casa multigeneracional con sus hijos, nietos, un perro, dos gatos y un acuario lleno de peces tropicales de colores. Salamanca ha criado cinco hijos y actualmente se encarga del cuidado de seis nietos, cuyas edades oscilan entre los 4 y 17 años. Los más pequeños son los que dependen más de ella: les prepara la comida, los lleva y recoge del colegio, además de asegurarse de que hagan sus tareas escolares.

Quiere mucho a sus nietos, pero cuidar de ellos puede ser estresante, “sobre todo porque son muchos”, explica Salamanca. Pueden ser ruidosos y traviesos. “A veces me siento agotada. No quiero hacer nada. No quiero saber nada de nadie.”

Salamanca creció en la pobreza en una región rural de Colombia. Debió abandonar sus estudios después del quinto año, debido a que su familia ya no podía permitirse pagar la matrícula escolar. Comenzó a trabajar como empleada doméstica para contribuir económicamente al sustento de su familia.

En la actualidad, retomó sus estudios en su centro local. Asiste a clases de octavo y noveno año, y está ansiosa por terminar la secundaria. Esta decisión se debe en parte a que “deseo ayudar a mis nietos con sus tareas escolares”, explica.

Infante también ha estado tomando clases para mejorar su currículum. Busca conseguir un empleo remunerado, aunque prefiere que sea a tiempo parcial. “Tal vez pueda trabajar cuatro horas”, menciona, “preferiblemente en un horario flexible”.

Carbajal comenta que esa es una característica que comparten muchas mujeres en el programa.

“Buscan empleos a tiempo parcial que puedan realizar desde sus hogares”.

“Lamentablemente, en Colombia, los empleadores no suelen estar dispuestos a adaptarse a las necesidades de las cuidadoras familiares”, comenta Natalia Ramírez Bustamante, quien investiga las dinámicas de género en el mercado laboral en la Universidad de los Andes en Bogotá.

“Cuando me entrevistaba con empleadores, era común que destacaran la importancia de que los trabajadores estuvieran presentes en todo momento durante su horario laboral”, dice Ramírez Bustamante.

Esto puede ser un desafío para las cuidadoras familiares.

“Puede que haya mañanas en que no les quede más remedio que llegar tarde debido a un imprevisto doméstico; puede que uno de sus hijos se despierte enfermo y no tengan con quien dejarlo”, dice.

“Además”, dice, “muchos empleadores discriminan activamente a las mujeres que se presentan a un puesto de trabajo”. Según el 30 % de las mujeres encuestadas a nivel nacional, en ocasiones se les solicita someterse a una prueba de embarazo al postularse para un empleo. Ramírez Bustamante afirma que, en el trascurso de su investigación, muchos empleadores le han admitido que incurren en esta práctica, a pesar de que sea ilegal.

“Pregunté si llevaban a cabo algún análisis de laboratorio antes de contratar a un candidato”, explica. “En dos ocasiones, los responsables de recursos humanos de las dos principales empresas de Colombia afirmaron que el único examen que solicitaban era una prueba de embarazo”.

Según Ramírez Bustamante, cambiar este tipo de discriminación va más allá de lo que abarca este nuevo programa para cuidadoras.

Cambiar la dinámica de género del cuidado dentro de las familias

Ramírez Bustamante y sus colegas han investigado las repercusiones del nuevo programa y han descubierto que está generando un cambio significativo en la vida de las mujeres al reconocer que el cuidado de otros también constituye un trabajo valioso, uno que debe compartirse entre los miembros de la familia.

Fue una de las primeras cosas que Infante aprendió cuando se incorporó al programa. “Ofrecían varios talleres en los que hablaban del valor del trabajo que hacemos en casa”, dice Infante. “Aunque no sea remunerado, sigue siendo importante”.

“El trabajo infravalorado que realizan las mujeres es el que suele permitir a los hombres, y a veces a sus hijos, salir a ganarse el pan”, dice Infante. Según ella, descubrir esto le ha levantado la autoestima.

Por si fuera poco, le está ayudando a aligerar su carga de trabajo doméstico, paso a paso.

“Todo lo que aprendo en la Manzana del Cuidado se lo cuento a mis hijos”, afirma. Los ha animado a asumir algunas de sus responsabilidades. “Mi hijo adolescente, Carlos, ahora ayuda a su abuelo a inyectarse insulina”, dice con orgullo.

Carlos menciona que ahora es consciente de que su madre no da abasto y necesita ayuda.

“Me he dado cuenta de que tengo que cuidar de mis hermanos, de mis abuelos y de mí mismo”, dice.

Este es el tipo de cambio que se fomenta desde el municipio, a través de talleres sobre cuidados dirigidos a hombres y niños.

Según Ríos, esta “redistribución de la carga de trabajo doméstica” es crucial. “Es muy importante que los hombres sean conscientes de que también son responsables de los cuidados familiares”, dice.

“Cuando los niños y los hombres comparten las responsabilidades del cuidado”, explica Bustamante, “es más probable que las mujeres dispongan del tiempo para tener un trabajo remunerado”.

El objetivo de este programa no solo es ayudar a quienes se encargan de cuidar de sus familias en Bogotá, en su mayoría mujeres, sino también modificar las normas sociales de género en torno al valor de este trabajo, así como la noción de a quién corresponde hacerlo.

Christina Noriega colaboró en este reportaje y junto con Laura Soto Barra, narró la versión en audio. Laura Soto Barra también editó el texto en español.

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