Episode 4: English translation
Nota del editor: Este episodio contiene breves menciones de violencia y vocabulario que podrÃa ser inapropiado para algunas audiencias.
Es finales de la primavera de 1980 en Cuba.
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![Aerial view shows the massive demonstration held in Havana, Cuba, to show support for the Castro government](https://www.wpr.org/wp-content/uploads/2022/08/ap8004190123_1-scaled.jpg)
Osvaldo Durruthy, de 22 años, está sentado en un autobús, cruzando el paÃs desde la celda de una cárcel de Santiago de Cuba hasta el puerto de Mariel. Es su primer rato de libertad en años, pero el viaje no le permite relajarse para nada.
Durruthy vive hoy en dÃa en Madison, pero cuando estaba sentado en ese autobús en Cuba, no comprendÃa del todo lo que le esperaba en el futuro.
Estaba concentrado en ese presente, preocupado porque las botellas que los manifestantes estaban arrojando al autobús pudieran romper su ventanilla.
“HabÃa gente en la calle arrojando botellas de cerveza y bebidas gaseosas”, recuerda Durruthy. “(Y gritaban) ‘¡Lárgate de aquÃ! ¡Vete! ¡Que se vaya! ¡No lo queremos!’”
Los manifestantes consideraban a Durruthy un traidor porque era uno de los casi 125,000 cubanos que estaban abandonando sus hogares, habitaciones de hospital o celdas de prisión para escaparse a los Estados Unidos como parte del éxodo de Mariel, que tuvo lugar de abril a octubre de 1980.
El autobús a la larga atravesó la zona de la manifestación, pero habÃa una parada más antes del puerto de Mariel: El Mosquito. Durruthy y otros que fueron enviados allà describen El Mosquito como caótico e intimidante.
“Era como otra ciudad llena de gente, ¿sabes?, llena de cubanos. Estaba rodeada de una cerca”, recuerda Durrruthy. TenÃan avena y nos sirvieron una comida. HabÃa mujeres, niños y todo tipo de gente en El Mosquito, esperando al próximo dÃa para ir a Mariel. En El Mosquito habÃa muchas peleas, cosas alocadas”.
Después de un par de dÃas en El Mosquito, Durruthy llegó finalmente al puerto de Mariel, en el que miles de personas estaban esperando para embarcarse en los botes. Recuerda que habÃa gente sin ropa o que tenÃa puestos uniformes de la cárcel.
Durruthy se pasó el dÃa mirando los botes, preguntándose cuál lo llevarÃa a su nuevo hogar. Si bien la escena era caótica y distinta de cualquier otra cosa que hubiera experimentado, Durruthy estaba entusiasmado. Recordando esos momentos, nunca hubiera esperado la vida que tuvo después de dejar las costas de Cuba.
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